viernes, 15 de abril de 2016

Calderón de la Barca por él mismo.



Yo soy un hombre de tan
desconversable estatura
que entre los grandes es poca
y entre los chicos es mucha.
Montañés soy; algo deudo
allá, por chismes de Asturias,
de dos jueces de Castilla,
Laín Calvo y Nuño Rasura;
hablen mollera y copete:
mira qué de cosas juntas
te he dicho en cuatro palabras,
pues dicen calva y alcurnia.
Preñada tengo la frente
sin llegar al parto nunca,
teniendo dolores todos
los crecientes de la luna.
En la sien izquierda tengo
cierta descalabradura;
que al encaje de unos celos
vino pegada esta punta.
Las cejas van luego, a quien
desaliñadas arrugas
de un capote mal doblado
suele tener cejijuntas.
No me hallan los ojos todos,
si atentos no me los buscan
(que allá, en dos cuencas, si lloran
una es Huéscar y otra es Júcar);
a ellos suben los bigotes
por el tronco hasta la altura,
cuervos que los he criado
y sacármelos procuran.
Pálido tengo el color,
la tez macilenta y mustia
desde que me aconteció
el espanto de unas bubas.
En su lugar la nariz
ni bien es necia ni aguda,
mas tan callada que ya
ni con tabaco estornuda.
La boca es de espuerta, rota,
que vierte por las roturas
cuanto sabe; sólo guarda
la herramienta de la gula.
Mis manos son pies de puerco
con su vello y con sus uñas;
que, a comérmelas tras algo,
el algo fuera grosura.
El talle, si gusta el sastre,
es largo; mas si no gusta
es corto; que él manda desde
mi golilla a mi cintura;
de aquí a la liga no hay
cosa ni estéril ni oculta,
sino cuatro faltriqueras
que no tienen plus ni ultra.
La pierna es pierna y no más,
ni jarifa ni robusta
algún tanto cuanto zamba
pero no zambacatuña.
Sólo el pie de mi te alabo,
salvo que es de mala hechura,
salvo que es muy ancho, y salvo
que es largo y salvo que suda.
Este soy pintiparado,
sin lisonja hacerme alguna;
y, si así soy a mi vista,
¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!

Autorretrato, Miguel de Cervantes.

Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha , y del que hizo el Viaje del Parnaso , a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.